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Julia Quinn

Un marido inventado

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Mientras dormías… Con su hermano Thomas herido en el frente de batalla y habiendo perdido a sus padres, Cecilia Harcourt tiene dos opciones no demasiado halagüeñas: mudarse junto a una tía soltera o casarse con un primo de mente retorcida. En lugar de eso, elige la tercera opción, y cruza el Atlántico dispuesta a cuidar de su hermano hasta su recuperación. Pero, tras una semana de búsqueda, no encuentra a Thomas, sino a su mejor amigo, el apuesto oficial Edward Rockesby. Está inconsciente y necesita urgentemente de sus cuidados, y Cecilia promete salvar la vida del soldado, aunque quedarse a su lado implique decir una pequeña mentira… Le dije a todo el mundo que era tu mujer. Cuando Edward vuelve en sí, está bastante confundido. La contusión en su cabeza le ha hecho perder la memoria de los tres últimos meses, pero sin duda recordaría haberse casado. Sabe quién es Cecilia Harcourt –aunque no recuerde su cara— pero, cuando todo el mundo se dirige a ella como su esposa, concluye que debe de ser cierto, aunque él siempre había pensado que se casaría con su vecina en Inglaterra. Ojalá fuera cierto… Cecilia arriesga su futuro entregándose por completo al hombre al que ama. Pero cuando la verdad sale a la luz, Edward quizás también guarde algunas sorpresas para la nueva señora Rockesby.
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319 páginas impresas
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Opiniones

  • Ivanna Peñaloza Acevedocompartió su opiniónhace 2 años
    👍Me gustó
    💞Romántico
    🌴Perfecto para la playa

    Cuanto drama ✨👀✨

  • Sarahi Vergaracompartió su opiniónhace 2 años
    👍Me gustó
    💞Romántico
    🚀Adictivo
    😄Divertido
    🐼Adorable

    Una redacción tan agradable que no se siente.

  • Eva Vergaracompartió su opiniónhace 2 años
    👍Me gustó

Citas

  • Ivanna Peñaloza Acevedocompartió una citahace 2 años
    —Te acostaste conmigo engañado.

    Él intentó no reírse, de verdad lo intentó, pero pocos segundos después la cama temblaba con sus carcajadas.

    —¿Te hace gracia? —preguntó ella.

    Él asintió, sujetándose la barriga, pues su pregunta desató otra ola de carcajadas.

    —Me he acostado contigo engañado —repitió, riéndose.

    Cecilia frunció el ceño, contrariada.

    —Es verdad.

    —Tal vez, pero ¿a quién le importa? —Él le dio un empujón amistoso con el codo—. Vamos a casarnos.

    —Pero Billie…

    Él la agarró de los hombros.

    —Por última vez, no quiero casarme con Billie. Quiero casarme contigo.

    —Pero…

    —Te amo, tontita. Hace años que te amo.

    Quizás era demasiado engreído, pero hubiese jurado que oyó cuando a ella se le aceleró el corazón.

    —Pero no me conocías —murmuró.

    —Te conocía —dijo él. Tomó su mano y la llevó a sus labios—. Te conocía mejor que… —Calló un momento, pues necesitaba ordenar sus pensamientos—. ¿Tienes idea de cuántas veces he leído tus cartas?

    Ella negó con la cabeza.

    —Cada carta… ¡Dios mío, Cecilia! No tienes ni idea de lo que significaban tus cartas para mí. Ni siquiera estaban dirigidas a mí…

    —Sí lo estaban —dijo ella con voz queda.

    Él calló y la miró a los ojos, preguntándole en silencio a qué se refería.

    —Cada vez que le escribía a Thomas estaba pensando en ti. Yo… —tragó saliva, y aunque la luz era demasiado tenue para verlo, de algún modo él supo que se había ruborizado— siempre me regañaba a mí misma.
  • Ivanna Peñaloza Acevedocompartió una citahace 2 años
    —No tienes obligación de casarte conmigo.

    Él no podía creer que ella todavía pensara que eso era posible.

    —Ah, ¿no?

    —No te haré cumplir con ella —farfulló—. No hay nada que te retenga.

    —¿No? —Él dio un paso hacia ella; ya era hora de que eliminaran la distancia entre los dos, pero se detuvo al ver algo en su mirada.

    Tristeza.

    Parecía infinitamente triste, y eso lo destrozaba.

    —Tú amas a otra persona —susurró ella.

    Un momento… ¿Qué?
  • Ivanna Peñaloza Acevedocompartió una citahace 2 años
    —Tiene diez segundos para explicarme por qué mintió sobre Thomas Harcourt.

    —¡Por el amor de Dios, Rokesby! —exclamó el coronel, pasándose la mano por el cabello—. ¡No soy un monstruo! Lo último que deseaba era darle falsas esperanzas.

    Edward se quedó inmóvil.

    —¿Falsas esperanzas?

    Stubbs lo miró fijamente.

    —No lo sabe. —No era una pregunta.

    —Creo que ya sabemos que hay muchas cosas que no sé —replicó Edward con voz tensa—. Así que, por favor, ilumíneme.

    —El capitán Harcourt está muerto —manifestó el coronel. Negó con la cabeza, y con auténtica tristeza añadió—: Recibió un disparo en el estómago. Lo siento.

    —¿Qué? —Edward se tambaleó hacia atrás; sus piernas lograron encontrar una silla en la cual desplomarse—. ¿Cómo? ¿Cuándo?

    —En el mes de marzo —respondió Stubbs.

    Ke

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