Libros
Frances Hodgson Burnett

El señor de la casa de Coombe

Una niña en «el cuarto diurno de los niños» (porque también hay un «cuarto nocturno de los niños»), un sitio lóbrego e inhóspito en una casa estrecha en una calle estrecha… pero en el elegante barrio londinense de Mayfair. La madre, hija de un médico rural de la isla de Jersey, se llama Amabel, pero todo el mundo la llama «Pluma». El padre, sobrino de un lord, ha desarrollado un «ingenioso y minuciosamente pormenorizado método para vivir del aire». Pero, cuando el padre muere, ¿qué será de ellas? ¿Cómo podrá sostener la viuda su rutilante tren de vida? ¿Cómo podrá la niña, «esa otra calamidad» olvidada en el piso de arriba, salir adelante? Un enigmático marqués, admirado y temido en todo Londres, con fama de perverso (aunque él dice no saber «exactamente qué es la perversidad»), acudirá en su rescate… y establecerá un complejo entramado de relaciones con madre e hija lleno de secretos y malentendidos. Frances Hodgson Burnett escribió El señor de la casa de Coombe en 1922, volviendo la vista a un mundo donde «la gente todavía tenía motivos para creer en lo permanente» pero en el que, como se refleja explícitamente en la novela, se incubaban las tensiones que llevarían a la Primera Guerra Mundial.
413 páginas impresas
Publicación original
2016
Año de publicación
2016
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Opiniones

  • b9183049347compartió su opiniónel año pasado
    👍Me gustó
    🎯Justo en el blanco
    💞Romántico
    🐼Adorable

    Muy bueno!

Citas

  • Dianela Villicaña Denacompartió una citaanteayer
    Solo había dos personas en el mundo que, teniendo en cuenta que ella misma los odiaba profundamente, podrían tomarle aversión y decidir castigarla de alguna manera. Una era el conde Von Hillern. La otra era lord Coombe. Sabía que este último era un hombre malo y depravado y que hacía esas cosas que la gente solo insinuaba indirectamente sin hablar de ellas a las claras. Una sensación de repugnancia instintiva en la intensidad de su antipatía por Von Hollern le hizo pensar que debía de pertenecer al mismo orden de hombres.
    –Si alguno de los dos entrase ahora en esta sala y cerrase la puerta, me sería imposible salir.
  • Dianela Villicaña Denacompartió una citaanteayer
    Entonces, solo entonces, y tan repentinamente que le produjo cierta conmoción, recordó que había sido fräulein Hirsch quien la había presentado a lady Etynge. ¡La propia fräulein Hirsch! Era ella quien había dicho que la dama la había contratado hacía tiempo para dar clases a Helene. ¡Helene! Era ella quien había contado anécdotas del convento de Tours y las monjas, tan sabias y amables. Robin se llevó la mano a la frente con un ademán de pánico. Fräulein Hirsch había aducido un pretexto para dejarla a solas con lady Etynge... para que ésta pudiese llevarla a la parte superior de la vivienda sin nadie cerca… para encerrarla. ¡Fräulein Hirsch lo había sabido! Y entonces volvieron a su recuerdo los furtivos ojos cuyas miradas de soslayo, taimadas y embelesadas en el conde Von Hillern, habían sido siempre, de alguna manera
  • Dianela Villicaña Denacompartió una citaanteayer
    «¿Por qué habría alguien de llenar una cabecita virgen con imágenes feas, ensuciarla con manchas oscuras y borrones que solo podrían producir desdicha y, tal vez, elucubraciones malsanas? –había argüido mademoiselle Valle–. A una no le parece sensato instruir a una chiquilla sobre el mundo criminal.

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