La pizza era una institución en sí misma y ningún napolitano que no fuera maestro pizzaiolo podía tener el descaro de servirla como un plato más, como parte de un menú amplio. Había reglas estrictas que seguir en la preparación de la pizza, y la familia respetaba esas reglas del mismo modo en que exigía que se respetaran las reglas de la preparación de los sorrentinos, a pesar de que la idea de divulgar la receta de la masa los incomodaba profundamente.