Eneida

«¿A qué engañas a tu hijo tú también, despiadada, con vanas apariencias?
¿Por qué no puedo unir mis manos a las tuyas,
ni escucharte, ni hablarte sin ficciones a mi vez?»

Diosa!, si comenzando por su origen primero empezara a contarte el relato
de nuestros infortunios, y tuvieras tú tiempo de escuchármelo antes de darle fin,
la estrella de la tarde cerrando el cielo enterraría el día

la Fidelidad de cabellos de plata, Vesta y Quirino
con su hermano Remo irán dictando leyes 8 .

Luego Rómulo, ufano con su atuendo
[275] de la rojiza piel de su loba nodriza, heredará el linaje y asentará los muros
de la ciudad de Marte 6 y llamará a los suyos con su nombre, romanos

el niño Ascanio, al que ahora llaman Julo

posa apenas sus labios en los labios de su hija

y todo por el odio de una sola, somos traicionados
y se nos lanza lejos de las costas de Italia.

Venus entristecida —las lágrimas le enturbian la lumbre de sus ojos—,
le dice: «Tú, que el mundo de los dioses y los hombres
gobiernas con tu eterno poder y aterras con tu rayo,
[230] ¿qué delito tan grave han podido cometer contra ti
mi hijo Eneas y los otros troyanos para que tras sufrir tantas desgracias, se les cierre
todo el orbe por su empeño de poner pie en Italia?

No saben si esperar o si temer;
si creer que están vivos o si han sufrido el trance final
y no pueden oír ya su llamada.

Tened ánimo firme. Reservaos para tiempos felices»