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Magaly Muguercia

Teatro latinoamericano del siglo XX: Modernidad consolidada, años de revolución y fin de siglo (1950-2000)

  • Victor Avilés Velazquezcompartió una citahace 11 horas
    A fines de los años 50 funcionan quince grupos independientes en Montevideo, ciudad que apenas sobrepasa el millón de habitantes. No por gusto el I Festival Internacional de Teatros Independientes se celebra en la capital en 1957, con la presencia de Uruguay, Argentina y Chile. La década se ha iniciado con una situación de gran prosperidad económica, favorecida por la posguerra mundial y la guerra de Corea. Y hay, también, efervescencia cultural en la «Suiza de América». El movimiento de los teatros independientes, que viene de los años 30, se ha consolidado desde 1947 con la fundación de la FUTI (Federación Uruguaya de Teatro Independientes). Mientras tanto, continúa funcionando la Comedia Nacional, dirigida por Margarita Xirgu, con su repertorio centrado en los clásicos.

    Y El Galpón, fundado en 1949, alcanza renombre internacional. Estrenan el primer Brecht llevado a escena en Uruguay en 1957: La ópera de tres centavos, dirigida por Atahualpa del Cioppo.
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    Allí estrena Marqués su obra La carreta, un absoluto clásico de la dramaturgia moderna puertorriqueña.
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    Este es el modelo canónico de la puesta en escena. Sin embargo, Lavandero es también el fundador, en 1946, del Teatro Rodante de la Universidad, donde la concepción del espectáculo cambia radicalmente y el teatro se hace sobre el tablado de un carromato y se lleva a comunidades populares. Con este tablado móvil, Lavandero y sus jóvenes universitarios recorren todo el país.
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    Andarse por las ramas, de Elena Garro
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    Contra este estancamiento reacciona, en 1956, el grupo Poesía en Voz Alta. En el sótano de El Caballito, un teatrico donde solo caben 70 personas, ocurre una «revolución escénica»28.

    La insurgencia la alientan refinados artistas e intelectuales, encabezados por Octavio Paz y Juan José Arreola, varios poetas y músicos de la vanguardia, jóvenes directores como Héctor Mendoza, y pintores experimentalistas como Juan Soriano y Leonora Carrington. Según lo ve Octavio Paz: «Se trataba de un grupo inteligente y rebelde que debió enfrentarse a dos obsesiones reinantes: el realismo y el nacionalismo»29.
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    Los procesos de modernización en el teatro mexicano se han iniciado muy tempranamente con el grupo Ulises. Pero, con posterioridad, la política cultural del Estado absorbe a los independientes en el sistema de los teatros universitarios y oficiales, como los de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y el Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA). La dramaturgia nacional —mayormente realista— crece en los años 50 con el debut de Emilio Carballido y Sergio Magaña, entre muchos otros.
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    La «época de las salitas» queda abierta en medio de una dictadura que gobierna el país desde 1952. Allí se experimentará con el escenario circular, con los principios de actuación de Stanislavski, y pronto se difunden las teorías de Brecht, las de Jean Vilar y los primeros textos del absurdo europeo. En 1954, un artaudiano intuitivo dirige por primera vez en la América Latina Las criadas de Jean Genet. Es Francisco Morín.

    Finalmente, con el país viviendo la fase más cruenta de la represión, con las guerrillas de Fidel Castro en las montañas y los combatientes clandestinos operando en las ciudades, Vicente Revuelta estrena, en 1958, el Largo viaje de un día hacia la noche, de Eugene O’Neill, que resulta de una larga investigación de los principios de la actuación de Stanislavski. El acontecimiento marca, además, la fundación del grupo Teatro Estudio.
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    Ese año, los grupos independientes logran el sueño de entrar en un régimen de funciones diarias. El exitoso estreno de La ramera respetuosa, de Jean-Paul Sartre, dirigida por Erick Santamaría en la modalidad de teatro arena, resulta un éxito total de público. La pequeña sala del Vedado en la que se presenta se abarrota durante semanas. Desde la prensa, el crítico Rine Leal advierte sobre la coyuntura favorable y alienta a los grupos a tomar el riesgo de la función diaria. Uno tras otro, los directores se apresuran a habilitar pequeños espacios y proceden a la aventura. A la vuelta de un año, diez salitas funcionan todos los días en La Habana, de jueves a domingo. Claro, se paga el precio de que algunos empiezan a hacer concesiones a la taquilla para sonsacar al público; pero los más persisten en su espíritu de laboratorio.
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    En el mismo momento en que Fray Mocho investiga a Brecht, un escándalo recorre Buenos Aires: la primera puesta latinoamericana de Esperando a Godot, de Samuel Beckett, dirigida por Jorge Petraglia. Francisco Javier realiza los primeros montajes de Eugene Ionesco y Arthur Adamov.
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    Y en el teatro Fray Mocho debuta en 1956 Osvaldo Dragún con su primera obra: La peste viene de Melo, mezcla de teatro político y grotesco referida al derrocamiento del gobierno progresista de Jacobo Arbenz en Guatemala, el año anterior. Miembro permanente de este equipo, allí estrena en 1957 sus célebres Historias para ser contadas.
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