Libros
Gustavo Sainz

Gazapo

«Hay tal cosa como un equilibrio estético que logra sus compensaciones por plomo contra nubes en igualdad de pesos. Y tal cosa como una unidad que nace de la diversidad conjugada. Se dan en este primer libro de quien en 1966 se asoma a una carrera llena de promesas». Salvador Novo
177 páginas impresas
Propietario de los derechos de autor
Bookwire
Publicación original
2019
Año de publicación
2019
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Citas

  • Rafael Ramoscompartió una citahace 8 meses
    Nos abrazamos y besamos con la boca abierta, mucho muy abierta. Sus labios se movían y su lengua se movía dentro de mi boca. El disco terminó y la rechacé.
    —Vámonos —dije.
    —Pero/
    Nos reflejábamos en el espejo. Cuatro adolescentes se abrazaban y rechazaban; los hombres salieron de la habitación; las mujeres se arreglaron el pelo; se quitaron varios pasadores; los acomodaron; se alisaron exactamente los mismos cabellos, una frente a otra; ellos regresaron. Después, los cuatro abandonaron la habitación.
    Le hice ver que en cualquier momento pudo abrir la puerta de salida.
    —¿Ves? Conmigo no corres peligro.
    Todo el camino de regreso hacia la Colonia del Valle hablamos de temas sexuales, pero con menos miedo
  • Rafael Ramoscompartió una citahace 8 meses
    El sol había desaparecido y la habitación estaba iluminada por una leve penumbra.
    —Nuestros besos —comencé en tono doctoral—, son más agradables ahora que dentro de cinco años. Piensa, reflexiona.
    —Pero/
    —Son apasionados —no quería dejarla hablar—; después serán fríos, automáticos. Nuestra piel no será tan suave ni tan hermosa nuestra entrega ni el sabor de nuestra saliva ni el olor de nuestro sudor. Comprendo que es algo insólita nuestra relación/
    —No entiendo. ¿Qué es insólita?
    Extendí la mano para tocarla, pero se levantó y se repegó a la pared, junto al buró del teléfono.
    —Cuando no te entiendo me da miedo —dijo
  • Rafael Ramoscompartió una citahace 8 meses
    —¿Me puedes enseñar a besar? —se quitó de la línea de luz. Era intolerable. Sonrió, con esos dientes blancos que tiene.
    —Me gustas mucho —dijo.
    La besé otra vez, sin chiste.
    —Pon un disco, ¿no? Luego me enseñas.
    —¿Ya no tienes miedo?
    —¿De qué?
    —Cierra los ojos —propuse, con inseguridad—. Humedécete los labios. —Me pasé la lengua para que viera cómo—. Abres la boca y la mueves cuando te esté besando. Me absorbes y tratas de ofrecer la parte de atrás de tus labios, y con la punta de la lengua repasas mi boca, mi propia lengua…
    Abrió la boca y comencé a besarla, succionando.
    Se retiró.
    —Pon un disco, ¿no? —así estuvo, sin misterio, sin deseos, sin evasivas.
    —Sí —dije, con un gruñido de posesión inminente a pesar de que ella no decía, ni hacía, ni parecía pensar nada al respecto.
    En la sala me arreglé el sexo erecto bajo el pantalón y encendí el tocadiscos. Cuando empezaron a sonar los primeros acordes de Fantasía para un gentilhombre, entré en la recámara.
    Gisela parecía dormida, con el rayo de sol sobre la cara.
    —Perrito —le dije. Pensé que podía tomarlo como un insulto y dije un poco más alto—: Conejita. —No me contestó. Parecía dormida.
    Me acerqué; me incliné para besarla. Apoyé una rodilla en la cama y abracé a Gisela y el tambor metálico rechinó bajo el colchón. Ella abrió los labios calientes y nos besamos

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