Cuando era una recién nacida, su padre pudo haberla tenido en brazos en los ratos que le dejaba libre el trabajo en una escuela, en una casa de comercio o en un banco. Pudo haberla tenido en brazos, pero no la tuvo. Sabe que eso no sucedió, que no pudo haber pasado, que su padre —¡se lo dijeron tantas veces sus abuelos!— se fue del país cuando ella tenía un mes, antes incluso —mucho antes— de que la anotaran, de que tuviera un nombre, una identidad… Sabe, además, que en la época en que fue concebida él atravesaba una de sus tantas crisis depresivas; que tal vez fue eso lo que le evitó males mayores, porque lo detuvieron por averiguaciones en el destacamento del aeropuerto de Trelew en un momento en que vivía indiferente a todo y a todos y al poco tiempo lo dejaron en libertad, y que fue un hombre que, hasta donde ella sabe, nunca tuvo un trabajo, por lo menos no en el sentido en que suele entenderse esa palabra.