unque Steve consiguió reanimarme, una cosa estaba clara: la mujer que devolvió a la vida no era la misma que la que había dejado. Después de percatarme de que esencialmente era un Ser de Luz, tuve que volver a este mundo y entrar de nuevo en un cuerpo físico y denso. Además, casi todo lo que pensaba solo unas horas antes –que era un ser físico, que el amor estaba fuera de mí, que Dios era una especie de monarca patriarcal sentado en un trono de mármol en alguna parte del cielo, que había motivos para tener miedo de la muerte, que estaba condenada por mi pasado, que la religión y la espiritualidad eran lo mismo, que la espiritualidad y la ciencia eran diferentes– ya no era verdad después de lo que había experimentado. Prácticamente todas las imágenes de la realidad que había usado para describir mi existencia, que no debe confundirse con mi vida, se habían reducido a cenizas. Unas cenizas que fueron esparcidas al viento.