Sermones Parroquiales / 4

Tales son las armas que utiliza la fe, pequeñas en apariencia, aunque «no son carnales, sino que Dios las hace poderosas para derribar fortalezas» (2 Cor 10,4); despreciadas por el mundo, parecen una simple palabra, un simple símbolo, o pan y vino nada más; pero Dios eligió la flaqueza del mundo para confundir a los fuertes y la necedad del mundo para confundir a los sabios; y así como todas las cosas empiezan pequeñas, a partir de semillas y elementos invisibles e insignificantes, así también, cuando Dios renovó la raza del hombre y cambió el curso de la vida humana y los asuntos terrenos, eligió cosas de poco valor para que fueran los rudimentos de su obra, y dispuso que creyéramos que podía actuar a través de ellas, y así lo hizo.

nadie que se mire a sí mismo y a Dios con seriedad, puede considerarse meritorio a los ojos de Dios

El día y la noche se siguen mutuamente con menos constancia que al pecado sigue el castigo.

«Sabed que vuestro pecado os encontrará» (Nm 32,23)

También nosotros —si puede decirse—, en una fervorosa y sumisa imitación de lo que es infinito, mientras descansamos en Cristo y nos regocijamos a su sombra, estemos también prevenidos contra la pereza y la cobardía, y sirvámosle con ojos fijos, pero con manos activas; que seamos verdaderamente suyos en el corazón, como nos hicimos suyos por el Bautismo, como nos hacemos suyos, continuamente, por la recurrente celebración de sus ayunos purificadores y fiestas santas.

Nada hay en el cielo o en la tierra, dentro de los límites de la verdad y la obediencia, que no podamos hacer mediante Cristo

Cuanto más apacibles están nuestros corazones, más activas son nuestras vidas; cuanto más tranquilos estamos, más ocupados; cuanto más resignados, con más celo; cuanto más serenos, más fervorosos.

olvidemos nunca que, en la misma medida en que nuestra caridad está «arraigada y fundamentada» en el otro mundo, nuestra fe debe desplegar sus ramas —como árbol cuajado— en este.

dulce y placentero estado de aquellos que han sufrido el dolor y del dolor les viene el gozo.

Nuestras fiestas van precedidas de humillación para que las vivamos como debe ser; no de manera bulliciosa o fanática, sino con espíritu purificado, contenido y disciplinado, que es la verdadera alegría en el Señor.