A la “segunda ola” que abarcó algunas décadas pudo seguirle una “tercera ola” si se tiene en cuenta la producción abigarrada de los años 1980-1990 y especialmente las críticas que sufrió la línea hegemónica feminista más identificada con la condición existencial de las mujeres blancas, de clase media, profesionales y en general con mayor educación formal. Aunque el conjunto de los movimientos abrevaba en una circunstancia que me parece que define el sentido de la renovación, cifrado en la reivindicación del cuerpo, su reapropiación, al que se daba identidad, sensibilidad y experiencia propia. Si cabe un resumen del discurso feminista dominante
en la escena de la “segunda ola” fue el de la disposición del cuerpo, que estuvo lejos de ser la materialidad anatómica y fisiológica, pero sí fue el territorio de inscripciones de los modos de identificación del percibirse mujer. Si el cuerpo reapropiado ya resultaba una geografía nueva, la otra dimensión que vino a tono y se situó en lo más alto de la reivindicación fue exponer la violencia perpetrada por los varones, enunciar el maltrato y proponer el fin de las manifestaciones dolorosas, arrancarse de los ataques y sobre todo de sus escaladas. “Violencia contra las mujeres” fue un concepto creado por la segunda ola; no existía en el repertorio de las agitaciones feministas de la primera fase.