Finalmente, la formación misma de nuestras poblaciones ha eliminado entre nosotros los prejuicios de abolengo y de raza, al punto que nuestra intuición no percibe otro abolengo que el abolengo humano, ni otra raza que la raza humana, cuyas monedas todas, altas y bajas, van troqueladas con el mismo sello de su dignidad trascendente. Estamos aptos para la vida internacional.