ESCUCHARĀS MI CORAZŌN

Qué destino cruel, ahora tenía el amor, pero no la esperanza de soñar con él, de vivir con él.

Es verdad que tantas historias terminarían de otra manera si las personas contaran menos mentiras, pero no podemos hacer nada, si las cosas suceden de un modo significa que hay un motivo para que vayan así.

día a la hora del almuerzo y luego de nuevo a la hora de la comida, Ylenia esperaba a Ale quien, puntual como un reloj, la hacía olvidarse de todo.

Le llevaba siempre un regalo nuevo: un ramo de flores, un peluche, un cd, una foto. Cada día se inventaba un juego para hacerla reír, cada día le escribía una poesía, cada día le cantaba una canción pese a que desafinaba como un tarro. Cada día juntos, despidiéndose cada vez como si fuera la última, abrazándose con fuerza e intercambiando pequeños besos, ligeros, en los labios, cuando los médicos no podían verlos.

“Sabes, cuando enfrentas la muerte comienzas a verlo todo de otra manera. Y pensé que hubiera podido morir odiándote, cuando yo quiero morir amándote”.

Quién sabe. Demasiados “quién sabe” en la vida. Si solo se pudiera elegir. Pero no se puede. Solo se puede confiar. Confiar y esperar, confiar y rezar.

Es imposible apretar el botón de stop y volver atrás. Solo se puede avanzar, con o sin ella. Qué atroz no tener elección, mirar hacia atrás y decir: “¡Lo que ya paso, paso!”. Qué horrible la palabra “ya”. Quién sabe si la gente se da cuenta. Es una palabra tan espantosa como la palabra “muerte”. Quién sabe si habrá tiempo para otro beso, para otro abrazo, para otra despedida.

“Sí, el amor es un lindo sentimiento, pero tan complicado que puede hacerte perder la brújula de la razón

Tenían todo. O por lo menos, todo cuanto requerían para ser felices. Solo faltaba una cosa: el valor de confesárselo.

“Me ha gustado mucho escucharte, de verdad. Me hiciste mucha falta en estos días”.

“¡Tu también me hiciste un montón de falta, amor mío! ¡Pero no puedo decírtelo, lo siento, nunca podré decírtelo!”.

“¡Deja de hacer el tonto! ¡Nos vemos más tarde! ¡Hasta luego!”.

Ylenia colgó el teléfono sin siquiera darle tiempo para responder. Ale miró su celular. Qué extraño. Aún peor que las otras veces. En general, le gustaba cuando él le decía cosas dulces, se ruborizaba y comenzaba a reír apenada, pero esta vez no había aceptado siquiera esa pequeña confesión. Qué extraño…

Qué lindo poder quedarse en la cama hasta mediodía, con la luz de la primavera abriéndose camino por las ventanas entreabiertas y esos ruidos de vida ahí afuera, en la estación de las promesas.