Beatrice se sentía como si fuese la primera persona de la historia en pronunciar esas palabras: que antes solo habían sido sílabas desprovistas de contenido, sin significado hasta ahora, cuando brotaban por fin de sus labios dirigidas a Connor.
Lo repitió una y otra vez, puntuándolas a fuerza de besos: en su nariz, en su sien, en la comisura de sus labios. Un beso por cada noche que habían pasado separados antes de descubrirse mutuamente. Un beso por todo lo que Connor había tenido que sufrir, por las líneas de tinta que le surcaban la piel. Besos por un futuro con el que Beatrice a duras penas se atrevía a soñar.