Solo me he parado a recordar los viejos tiempos, las risas y cabreos diarios que ahora tanto echo de menos. Por Dios... si aún me acuerdo de cuando jugábamos al escondite y siempre acabábamos escondidos en los mismos sitios de la casa, cuando las culpas de uno eran las del otro y los castigos llegaban siempre por partida doble.
Lo recuerdo todo.
Por eso te digo: gracias. Por estar siempre ahí cuando los demás no estaban, por aguantar mis llantos y cabreos, por ser siempre el abrazo en que refugiarme cuando a la vida le daba por soplar fuerte, haciendo temblar incluso mis cimientos y nadie más que tú era capaz de verlo.