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Kenzaburo Oé

Arrancad Las Semillas, Fusilad A Los Niños

  • Mou Faricompartió una citahace 5 años
    En aquellos tiempos de muerte, de locura, parecía que sólo los niños éramos capaces de establecer estrechos lazos de solidaridad.
  • maleñocompartió una citael año pasado
    Por miedo a la resurrección de los muertos, los primitivos japoneses les doblaban las piernas bajo el tronco y cubrían las tumbas con pesadísimas losas de piedra.
  • maleñocompartió una citael año pasado
    La «muerte», para mí, era mi falta de existencia dentro de cien años y dentro de varios siglos, mi falta de existencia en un futuro que se alargaría infinitamente. En aquellas lejanas eras también habría guerras, encerrarían a los niños en reformatorios, habría chicos que ofrecerían sus servicios a homosexuales y habría personas que llevarían una vida sexual completamente normal. Pero yo no lo vería.
  • Natalia Cabildo Rodriguezcompartió una citael año pasado
    –¡Me da asco! ¡Es médico, pero no hace nada por ayudarnos! –le dije con la poca voz que podía emitir mi aprisionada garganta.
  • Natalia Cabildo Rodriguezcompartió una citael año pasado
    La «muerte», para mí, era mi falta de existencia dentro de cien años y dentro de varios siglos, mi falta de existencia en un futuro que se alargaría infinitamente.
  • Natalia Cabildo Rodriguezcompartió una citael año pasado
    El cortejo pasó ante mí. Y llegó la niña, pálida, con los labios cortados y los ojos anegados en lágrimas
  • Natalia Cabildo Rodriguezcompartió una citael año pasado
    Trabajé como ayudante de un hombre que mataba vacas y perros enfermos, ¿sabes? Terneras que mugían de dolor de tan enfermas que estaban, con un mazo grande como sus cabezas.

    –¡Calla, si no quieres que te pegue! –le grité, furioso–. No se lo expliques a nadie.

    –Era algo muy sencillo, como verás –dijo, alerta por si lo atacaba–. Para no errar el golpe del mazo, sostenían a la ternera entre tres hombres. Y yo tenía que distraerla dándole agua o hierba.

    Hice ademán de abalanzarme contra su garganta. Pero los ojos de Minami se habían llenado de lágrimas. Me quedé quieto, jadeando.

    –Lo hice, ¿comprendes? –Se secó las lágrimas con el dorso de la mano–. De verdad.

    –¿Y eso que tiene que ver con que nos hayan dejado aislados? Ninguno de nosotros está enfermo –repliqué.

    –No sé cómo decirlo. –Minami estaba nervioso–. Me acordé de cuando matábamos a las terneras. Me acordé de repente.

    Yo también estaba a punto de caer en la triste exasperación que lo embargaba. Ya no podía contener el temblor de mis labios, y no me temblaban sólo de rabia.

    –Pero ¿qué podemos hacer? –dije–. ¡Deja de lloriquear! Estamos atrapados. ¿Qué podemos hacer?

    Mi hermano y los demás nos alcanzaron. Minami y yo nos miramos a los ojos como si nunca hubiéramos discutido.
  • Natalia Cabildo Rodriguezcompartió una citael año pasado
    Con el capote sobre los hombros, pero sin arrebujarse en él, como si temiera que contaminara su cuerpo desmedrado, mi hermano se inclinó a contemplar la cara del difunto, blanca como la cera, y se echó a llorar.
  • Natalia Cabildo Rodriguezcompartió una citael año pasado
    Los niños no pueden hacer nada por los muertos.
  • Natalia Cabildo Rodriguezcompartió una citael año pasado
    Estábamos en medio de una guerra. Y sobre nosotros se cernían peligros desconocidos igual que una bestia salvaje dispuesta a atacarnos. ¡Vaya cacerías hacían en aquellas tierras!

    –Debe de ser terrible –dije–. Eso de cazar a un hombre, quiero decir.

    –Es horrible, peor que la caza del jabalí –contestó el herrero–.
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