emperadores caminaban por las calles
de la ciudad escuchando la música que tocaban y cantaban los ciudadanos. Si la
música era sana, el emperador sabía que los espíritus de los ciudadanos eran buenos,
y dejaba que los hechos transcurriesen tranquilamente en esa ciudad. Si la música era
inquietante, sabía que los espíritus estaban en discordia y que el Estado corría peligro.