Cuando mi abuela inventaba esta escena para mí, la ambientaba hace más de un siglo atrás, en un tiempo en el que muchas cosas no habían ocurrido todavía, ni siquiera su nacimiento. En su historia la luz era una novedad, un juguete que sólo prometía bondades, y en ella toda esta gente que está por llegar aquí a la plaza aún creía en promesas luminosas. Ahora, cuando yo tomo la posta y me hago cargo del relato, ha pasado mucha agua bajo el puente y nadie, ni esta gente, ni yo, ni mis polillas, podemos desentendernos del paso del tiempo.