Libros
Álvaro Enrigue

Vidas perpendiculares

  • Alejandra Arévalocompartió una citahace 5 años
    Me solté un poco más cuando hablamos del año que pasé en Guadalajara en casa de mi abuela; era territorio conocido para ella y un sitio en el que su conversación se llenaba de perlas: despreciaba con veneno y gracia únicos aquella ciudad a la que todos los que la conocemos odiamos pero es anatema decirlo. No es ni ciudad ni pueblo –decía–; no es ni provinciana ni una metrópoli; no es católica y reaccionaria como Puebla o satánica y comunista como el Distrito Federal; no es nada, pero tiene un clima perfecto, así que nadie se va.
  • Alejandra Arévalocompartió una citahace 5 años
    Si se ha vivido lo suficiente se sabe que, después de todo, los libros de Freud –tan literarios y potentes– no pasan de interesantes intentos de seducción de un viejo cocainómano y malo en la cama. Cuando mucho mitologías estupendamente escritas: tratados sobre vacas y campanas.
  • Rafael Ramoscompartió una citael año pasado
    Antes de que se me volviera a quedar dormida, la sacudí otra vez del hombro. Qué pasa, dijo. ¿Te acuerdas?, le volví a preguntar. ¿De qué? De Filadelfia, le dije. No conozco Filadelfia, me dijo. Sí la conoces, le respondí, la otra Filadelfia. ¿Cuál otra? ¡Hincados, sentados, parados!, le dije. Me cerró los ojos con la yema de los dedos: Ya duérmete.
  • Rafael Ramoscompartió una citael año pasado
    Me volvió a tener de inmediato y, tras una siesta breve, me despertó para enseñarme que de un cuerpo humano se pueden desprender todos los alimentos. Nos venimos sin tregua, la fruta carnívora de sus olores creciendo como orquídeas en las paredes del cuarto. Pidió dos cervezas a la recepción para recuperar un poco el aliento y mientras nos las bebíamos nos carcajeamos como idiotas, probablemente de todo.

    Transitamos lentamente a la saliva y me avoqué a complacerla, sin reverencia, ella dictándome pequeñas instrucciones con las yemas de los dedos. Le prendí fuego, o se prendió fuego a través de mí. Terminé debajo de ella, dando un número de titán que no me correspondía. Cuando se vino con un furor de endemoniada que me hizo pensar que lo que quería era alzarme a su útero y guardarme ahí, cerró los ojos, bajó la cara un segundo, respiró hondo, y se alzó radiante por el rocío de sí misma. Gritó: ¡Hincados, sentados, parados! Me vine con toda mi alma. Se derrumbó sobre la cama.
  • Rafael Ramoscompartió una citael año pasado
    Caminamos hacia el Zócalo por Madero, rumbo a un lugar que se llama El Cardenal. El aire finísimo de las montañas de alrededor de la ciudad como un estilete de menta en mi cerebro, las ingles usadas y contentas, la entrepierna en reconciliación consigo misma tras el hallazgo de su función verdadera, grácil y salvaje.
  • Rafael Ramoscompartió una citael año pasado
    Esta vez la mirada de los empleados de la recepción sí nos acompañó, no tanto porque no hubieran visto antes a unos amantes disparejos, o porque antes hubieran visto pasar a Tita con dos hijos no mucho menores que yo, sino porque habíamos tenido algo que la mayor parte de las personas se van a morir sin haber probado.
  • Rafael Ramoscompartió una citael año pasado
    Amanecía y los pájaros empezaban a cantar, amenazantes. Miguelito me miraba divertido. Los vi alzar el vuelo desde las copas de los árboles como un ejército de pesadillas.
  • Rafael Ramoscompartió una citael año pasado
    No hice escándalo; me retiré en silencio y ya desde el patio lo maldije. Que vengan los pájaros, dije, y arruinen tu propiedad, que te coman los ojos, la lengua y el corazón; que seas su gusano y que cuando te maten reencarnes en cerdo y tus hijos sean cerdos por mil años y otros mil quinientos más.
  • Rafael Ramoscompartió una citael año pasado
    Dame una oportunidad, me dijo. Olvídate de nosotros, le respondí. Fingió liviandad: Si no hablamos en esta vida, vamos a tener que hablar en la que sigue, ándale, dame una oportunidad. La idea, le dije, es precisamente que no.
  • Rafael Ramoscompartió una citael año pasado
    Estuvimos tal vez un par de horas yendo de un placer a otro. Cuando entramos al margen de tiempo en que su marido, sus hijos y mi hermano hubieran podido llegar, dejamos el cuarto –ella perfectamente arreglada en unos segundos, yo hecho un desastre.
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