André les contó las dificultades de la fracción del partido en la conferencia. Comentó con alegre ironía la difícil e incómoda posición en la que se habían encontrado los miembros del partido. El día anterior, uno de los maestros socialdemócratas había lanzado un furibundo ataque contra los comunistas por un supuesto nuevo decreto soviético que instauraba la pena de muerte para los niños mayores de doce años, condenados por ciertos delitos políticos y de otro tipo. Como era natural, los miembros de la fracción habían intervenido para negar la existencia del presunto decreto y para condenar aquel discurso falto de escrúpulos y basado en unos rumores a todas luces falsos. Sin embargo, aquella misma tarde, dijo André, el decreto había aparecido publicado en el periódico de su partido y se habían visto en un buen apuro.
Elizabeth se interesó por cómo habían reaccionado y André explicó que habían decidido plantar cara al enemigo. Habían argüido que, bajo un régimen socialista, la educación era infinitamente mejor que en los países capitalistas y que, a los doce años, los chicos ya eran completamente adultos, políticamente hablando, y que, por lo tanto, aquel decreto reconocía legalmente una nueva manifestación concreta del triunfo del socialismo en la URSS.
Elizabeth le preguntó a André si se creía realmente lo que estaba diciendo y él respondió que, en un sentido histórico general, era del