Para relajarnos deliberadamente, necesitamos primero hacer consciente la tensión y permitir que se afloje. Este movimiento conlleva, en lo más profundo de su esencia, dos fases: tomo consciencia del gesto tenso –físico, mental o emocional–, pero sin añadir lucha a la lucha; es decir, observo la tensión y la acepto, la acojo, porque si la rechazo, sumo resistencia a la ya existente. Y, en la segunda fase, permito que se suelte, que se libere; dejo de «aferrarme» –con mis músculos, mi mente o mi emoción.