Al fin y al cabo, hubiera valido la pena,
después del té, las tazas y la mermelada,
entre la porcelana y alguna charla nuestra,
hubiera valido la pena
iniciar el asunto sonriendo,
haber comprimido el universo en un balón
para hacerlo rodar hasta alguna cuestión abrumadora,
y decir: «Yo soy Lázaro que vuelve de la muerte,
llego para decíroslo todo, voy a contarlo todo» —
Si alguien, poniéndose un almohadón junto a la cabeza,
dijera: «No es eso lo que quise decir,
no es eso, en absoluto».
Hubiera valido la pena, al fin y al cabo,
hubiera valido la pena,
después de los ocasos, los zaguanes y las calles regadas,
después de las novelas, las tazas de té y las faldas que rozan el suelo —
¿y esto y mucho más?
No es posible decir exactamente lo que intento.