Malacara

Qué fortuna inmerecida que las personas que más amamos eliminen para siempre nuestro rostro de su memoria. Así podrán comenzar una y otra vez más.

Yo no me considero un buen cínico, Dios me libre, pero me es complicado encontrar sentido a las cosas que tienen sentido.

No sé si mis palabras serán bien entendidas, o aquilatadas como se debe, pero recomiendo que en ciertos casos, y sobre todo en asuntos de mujeres, se mire todo el panorama desde un avión.

Por otro lado, la cama es uno de los territorios de naturaleza más ambigua que existen en la tierra, pues el lecho puede tomar las dimensiones de un campo nudista o las estrechas medidas de un ataúd;

¿Mas qué sucede con los autores que escriben libros muy distintos entre sí? Es normal llegar a la conclusión de que uno no hace más que escribir un solo libro a lo largo de su vida y que este es la suma de todos sus títulos o escritos publicados. ¿Es eso posible?

Ni siquiera es envidia, en todo caso se trata de una súbita melancolía que hace mi vida todavía más pacata.

Fue un acto incómodo, al menos para mí porque sabía que Tania merecía más que dinero, merecía que le mesaran el cabello a lo largo de noches de cien horas o la vistieran todas las mañanas como cuando era aún una niña. Merecía que un hombre besara sus pezones como si posara sus labios en los pies de un santo milagroso. Merecía incluso morir joven, sin dolor, sin sufrimientos vulgares, cualquier cosa menos dinero.

Mientras Adriana me abrazaba pensé que ninguna utopía, por más ambiciosa que fuera, podría ser tan saludable como la de concebir un universo donde no existiera un solo ser pensante. Un universo despoblado de seres que imaginen que existe un universo

Si somos seres rodeados de otros seres debemos aceptar que tarde o temprano, en un momento de descuido, nos veremos empujados a ser generosos. Yo he sido generoso con los perros, las golondrinas, las mujeres, los repartidores de pizza, los empleados de mi padre, ¿por qué no serlo con la humanidad? Una ciudad te invita a llevar las cosas a tales extremos. ¿Pero qué cosa extraña es esto que llamamos ciudad?

Yo, Malacara, estaba en Tijuana, ¿bajo la sombra de qué pretexto? He aquí uno: la escritura de una novela te vuelve un hombre desgraciado porque te afirma en la condición de un dios mediocre y porque sabes que podrías haber dedicado el tiempo a una actividad menos arrogante que la invención de mundos más reales que el nuestro.