Libros
Charles Dickens y otros

Una casa en alquiler

La anciana Sophonisba –«un nombre bonito e indicado, cuando me lo pusieron, pero ahora está más que pasado de moda»— debe, por motivos de salud, trasladarse a vivir a Londres. Enfrente de su nueva residencia hay un inmueble señorial pero deteriorado, del que cuelga desde tiempos inmemoriales el cartel de «Se alquila». ¿Por qué, se pregunta Sophonisba, nadie quiere alquilar la casa? ¿Y por qué ve en ella, si está deshabitada, un ojo que la mira? Jabez Jarber, su eterno pretendiente, y Trottle, su fiel criado, siempre celosos el uno del otro, se proponen aclarar el misterio. Jarber reconstruye la historia de los antiguos inquilinos de la casa; Trottle, más audaz, entra en la casa misma.

Dickens ideó esta situación para el número especial de Navidad de 1858 de la revista Household Words, y entre él y varios amigos de la talla de Wilkie Collins y Elizabeth Gaskell construyeron un enigmático rompecabezas por el que pululan maridos que regresan de la muerte, hermanas sin amor, padres cruelísimos, niños maltratados y hasta un enano que quiere entrar en sociedad. Una casa en alquiler reúne lo mejor y más característico del elenco y el sentimiento dickensiano en una obra deliciosa, hasta hoy inédita en español.
127 páginas impresas
Publicación original
2022
Año de publicación
2022
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Citas

  • Dianela Villicaña Denacompartió una citahace 3 años
    Lo último que se sabe de Barsham es que atendía a la hija desobediente del señor Forley. Después aparece en casa del señor Forley y se le confía un secreto. Hace cinco años, su madre y él se fueron de repente de Pendlebury de una forma sospechosa
  • Dianela Villicaña Denacompartió una citahace 3 años
    Pero el niño, tan cierto como que estoy vivo y respiro, ¡vive y respira en estos momentos, náufrago y prisionero, en esa casa maldita
  • Dianela Villicaña Denacompartió una citahace 3 años
    Supongamos que una de las hijas casadas del señor Forley tiene una hija, y la otra, un hijo. ¿Qué sucedería con el dinero?» «Sería todo para el niño –contestó él–, con la obligación de pagar determinada cantidad anual a su prima, la niña. Cuando ésta muera, todo volverá a ser del niño y de sus descendientes.» ¡Piénselo, señora! El hijo de la hija a la que Forley aborrecía y cuyo marido escapó de la venganza porque se lo llevó la muerte se queda con la propiedad de todo en contra de los deseos del señor Forley; la hija de la hija a la que ama queda de por vida en situación de dependencia de su primo, ¡que es de baja cuna! Hay motivos de mucho peso para procurar que el hijo de la señora Kirkland figure como muerto al nacer. Y, si, según creo, el registro de defunción se hizo con un certificado falso, todavía hay más motivo para ocultar la existencia

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