El día de la nueva revelación, los cinco sabios acudimos, como cada diez años durante el equinoccio de primavera, al Pozo de la Luna. Este, dicen nuestros antepasados, existe desde que el mundo es mundo. Las viejas escrituras cuentan que fue el mismísimo Odín quien, esclavizando a Val, padre de la profetisa Völupsa, le hizo construir durante quinientos años el pozo para que nosotros, los humanos, pudiéramos ver allí reflejado el rostro de la persona que, como tributo a la inmensa gracia que nos otorgan los dioses, debía bañar con su sangre la puerta de entrada