»Dije: “¡Iversen, lo entiendo! ¡Iversen, tengo miedo!”. Mis dientes resonaban como si fueran castañuelas, señor Lee. Dije: “¡Iversen, por favor, márchate! Has cumplido tu parte del trato. Lo siento, pero tengo miedo, Iversen. ¡La carne es débil! No tengo miedo de ti, Iversen, viejo amigo. ¡Pero entiéndelo, hombre! No se trata de un miedo ordinario. Mi intelecto sigue intacto, Iversen, pero sufro un ataque de pánico, de modo que, por favor, márchate, amigo mío”.