Ella respiró hondo; sus senos subían y bajaban con la sudadera azul.
Todo marchaba a las mil maravillas; estaba provocando una respuesta como la que había logrado Ross Jeffries en el California Pizza Kitchen. Continué leyendo el patrón, cada vez más seguro de mí mismo, haciendo que el color creciera tanto en tamaño como en intensidad dentro de su pecho a medida que ella se sumía en un trance cada vez más profundo.
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Me imaginé a Twotimer susurrándome al oído la palabra «malvado».
—Y, ahora, dime, ¿cómo te sientes, en una escala del uno al diez? —le pregunté.
—Diez —respondió ella.
Funcionaba.
Después le dije que redujera todo el color a un círculo del tamaño de un guisante que contuviera toda la fuerza y toda la intensidad del placer que sentía en ese momento. Le dije que colocara el guisante en mi mano y recorrí el contorno de su cuerpo, cada vez más cerca, hasta llegar a rozarlo.
—Siente cómo el color fluye desde mi mano, siente cómo esa sensación te sube por la muñeca, por el brazo, hasta llenarte el rostro.
Para ser sincero, no tenía ni idea de si estaba consiguiendo excitarla con aquel patrón. Ella me escuchaba y parecía disfrutar, pero, desde luego, no se puso a chuparme los dedos, como la chica de la historia de Grimble. De hecho, a mí, aprovechar la hipnosis como pretexto para tocarla me hacía sentir un poco sucio.
Esos patrones de PNL no acababan de gustarme. Había entrado en la Comunidad para tener más confianza en mí mismo, no para aprender técnicas de control mental.
Paré y le pregunté qué le había parecido.
—Me ha gustado —dijo ella con su pequeña sonrisa de hurón—. Me siento bien.
Yo no sabía si se estaba burlando de mí, aunque supongo que la mayoría de la gente está dispuesta a probar sensaciones nuevas siempre que parezcan seguras.
Doblé la hoja de papel, me la guardé en el bolsillo y llevé a la chica de vuelta a su hotel. Pero esta vez, en lugar de despedirme de ella en la puerta, la acompañé hasta su habitación. Estaba demasiado asustado como para decir nada; temía que, en cualquier momento, ella se diera la vuelta y me preguntara por qué la estaba siguiendo. Pero no lo hizo. Al contrario, parecía querer que la acompañase; todo parecía indicar que iba a acostarme con ella. No podía creerlo. Por fin iba a ver recompensados todos mis esfuerzos.