Obras

quería ya, sin saberlo, desde que yo era una niña. Supe que lo quería cuando se fue de su casa; lo habría seguido queriendo siempre, toda la vida, aunque no hubiera vuelto.

Pues ahora siento aquí ese vacío que dejan, los que se van para siempre, en el pecho de los que nos quedamos; y que ese hueco se me va llenando de algo muy suyo y muy consolador, no sé si de lágrimas o de eso que llamamos recuerdo, o de ambas cosas. Siento que si usted me dijera: “Pedro era bueno”, me parecería oír la verdad; y si yo misma se lo dijera, no le mentiría. Porque, no ahora que vino, sino antes, ¡y siempre!, Pedro era tan bueno, ¡tan bueno!

No era el mismo que volvió. ¿Le vio las manos? ¿Le vio los ojos? No eran los suyos. Y no quise dejarlo hablar para no oír su voz. Tenía miedo de que fuera la de un muerto que por un milagro hubiera resucitado. ¡Si no estoy segura de que Pedro estuviera vivo!