Meditación madre

La madre le acaricia el pelo, le besa la frente y yo pienso que ahí está, ahí está su amor sin reservas. Ojalá que se acuerde.

En uno de sus libros, Laurie Anderson escribe sobre la Meditación madre, un ejercicio budista que consiste en encontrar un momento en el que tu madre realmente te amó sin reservas y enfocarse en ese momento para aplicarlo a toda la gente, para darle tu propio amor sin reservas al mundo como si fueras su madre.

Todavía te quedan muchos años de este cuerpo joven para hacer todas las caminatas que quieras, un cuerpo capaz de cosas grandiosas, de ciencia ficción, como contener un pedazo de futuro adentro.

Nunca supiste cómo dejar de pensar en lo que viene justo después del salto. Eso no estaba en las instrucciones.

Anoto: un día estás ahí y de pronto hay menos de vos y te preguntás a dónde se fue esa parte tuya, si vive en algún lugar afuera tuyo y seguís pensando que, si te seguís moviendo, si te desplazás lo suficientemente lejos, la vas a encontrar. La vas encontrar de golpe, ahí entre la multitud, en los ojos de quien te mira de casualidad y la vas a recuperar. Va a volver a tu cuerpo, vas a volver a ser vos entera. Pero después te das cuenta de que tal vez no regrese. Tal vez de verdad se fue para siempre, tal vez te estés desmoronando, tal vez sea el calor que no cede.

Emilia Gutiérrez nació en Buenos Aires en 1928 y tuvo una infancia desdichada. Estudió en el taller del famoso pintor Demetrio Urruchúa.

Un bebé entre nosotras. El eslabón perfecto que nos despegue y nos acerque a la vez.

En uno de sus libros, Laurie Anderson escribe sobre la Meditación madre, un ejercicio budista que consiste en encontrar un momento en el que tu madre realmente te amó sin reservas y enfocarse en ese momento para aplicarlo a toda la gente, para darle tu propio amor sin reservas al mundo como si fueras su madre.

Volver al lugar de vacaciones de la infancia es un viaje inevitable al pasado.

En la clínica de fertilidad me explicaron que todos los óvulos que tenemos en nuestras vidas están ahí desde el día en que nacemos. Contamos con una reserva finita de alrededor de un millón de óvulos. Desde nuestro primer día en el mundo, ese número empieza a bajar progresivamente.