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Sergio Guerra Vilaboy

Breve historia de América Latina

  • Victor Avilés Velazquezcompartió una citahace 4 meses
    Una serie de transformaciones de orientación liberal burguesa sacudió a la América Latina a partir de mediados del siglo xix ante el empuje del avance capitalista a escala internacional y el tremendo impacto de la oleada revolucionaria europea de 1848. Entre sus causas se hallaba el significativo retroceso de estas naciones después de la independencia, que llevó al establecimiento en casi todas partes de un orden conservador encargado de restablecer la esclavitud, el tributo indígena y el régimen de mayorazgos.
    Las revoluciones liberales adquirieron características distintas en cada uno de los países latinoamericanos donde se desarrollaron, determinadas por las tareas objetivas y el grado de maduración de la conciencia burguesa, aunque fue muy frecuente que las transformaciones se realizaran como resultado de reformas “desde arriba”. Entre sus principales propósitos figuraba la transformación de las viejas estructuras sociales y económicas y la necesidad de impulsar el desarrollo capitalista como premisas para la creación de naciones modernas.
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    Casi paralelamente se consolidó el predominio comercial y financiero de Inglaterra, favorecido por la política librecambista de los liberales, que trajo aparejado efectos desastrosos para la economía latinoamericana en su conjunto. Uno de ellos fue la fuga del exiguo capital y el permanente desajuste de las balanzas de pago, lo que convirtió a muchos países en víctimas del capital bancario inglés que con sus préstamos –de muy elevadas tasas de interés– se aseguraba un mayor control de las débiles economías del continente. Estas eran verdaderas operaciones agiotistas, que imponían condiciones muy onerosas a los países deudores, como la hipoteca de las rentas de aduana y de los impuestos de consumo.
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    Como resultado de estas transformaciones liberales se amplió el territorio de muchos países latinoamericanos para acomodarse mejor a las fronteras estatales, se avanzó en la formación de los mercados nacionales y se activó la configuración de la sociedad y la propia nación, sobre la que se había establecido una imagen modelada en el espejo de la aristocracia blanca, de raíz española y católica. Desde entonces comenzaron a perfilarse, todavía un tanto tímidamente, nuevos patrones culturales más representativos de la idiosincrasia nacional, como el gaucho argentino, el guajiro cubano o el charro mexicano, indicativo de que cada país latinoamericano se iba identificando con un arquetipo social singular, símbolo de su población más característica.
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    De esta forma, el vertiginoso desarrollo de la Revolución Industrial en determinados países de Europa occidental y fundamentalmente en Inglaterra, no solo tuvo por consecuencia la destrucción de los pequeños productores metropolitanos, sino también aniquiló a los artesanos de los territorios más atrasados al mismo ritmo con que estas áreas se integraban al mercado mundial en formación y se extendían a escala internacional las relaciones capitalistas. Así, la industria europea, y en primer lugar la británica, fue controlando todo el mercado latinoamericano tal como sucedía en casi todas partes al conjuro de la Revolución Industrial, mientras el capitalismo se imponía como sistema mundial.
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    Cerrado en 1825 el ciclo independentista de principios del siglo xix, la conciencia ‘‘nacional’’ hispanoamericana, que buscaba la unidad del subcontinente, perdió vigor y consistencia, aunque nunca desapareció totalmente. Eso explica que tras el fracaso del proyecto integrador del congreso de Panamá (1826) y de su famélica prolongación en Tacubaya (México), donde los delegados se reunieron por última vez el 9 de octubre de 1828, las ideas de unidad hispanoamericana solo fueron retomadas ocasionalmente a lo largo del siglo xix. Así como lo hicieron después de la muerte de Bolívar, aunque solo a escala regional, los generales Andrés de Santa Cruz, al crear la fugaz Confederación Peruano-Bolivariana, y Francisco Morazán, tratando de impedir la desarticulación de las Provincias Unidas del Centro de América o cuando un grave peligro amenazaba la soberanía e independencia de los países de América Latina. Por otra parte, tales intentos no lograron concretarse debido al predominio de heterogéneas fuerzas centrífugas (internas y externas) y las dificultades entonces insalvables derivadas de las utópicas aspiraciones de querer imponer grandes unidades estatales sobre estructuras socioeconómicas precapitalistas, incapaces de proporcionar las bases objetivas para una sólida unidad hispanoamericana.
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    Las reformas liberales sustantivas se desarrollaron en México de 1854 a 1867, durante el gobierno de Benito Juárez; de 1849 a 1854 y de 1861 a 1864 en la actual Colombia, bajo la dirección de José Hilario López y Tomás Cipriano de Mosquera respectivamente; en Venezuela a partir de la Guerra Federal (1859), verdadera revolución campesina, y con el gobierno de Antonio Guzmán Blanco, de 1870 a 1888; en Centroamérica se generalizaron después de la revolución liberal guatemalteca emprendida por el presidente Justo Rufino Barrios a partir de su triunfo en 1871 y cerró con la tardía de José Santos Zelaya en Nicaragua en 1893, casi simultánea a la llevada adelante por Eloy Alfaro en Ecuador (1883 y 1895), una de las últimas del continente.
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    El retorno de Walker a Estados Unidos fue triunfal. El 11 de noviembre de 1857 regresó a Centroamérica con 400 hombres en el buque Fashions y ocupó otra vez San Juan del Norte. Pero buques de guerra ingleses y norteamericanos lo obligaron a reembarcarse a Estados Unidos. En agosto de 1860 repitió el intento y se apareció en la isla de Roatán, desde donde se trasladó al puerto hondureño de Trujillo. Compelido a retirarse por el ejército de este país, se refugió en un buque inglés, el Icarus, cuyo capitán lo entregó al gobierno de Honduras, que lo fusiló el 12 de septiembre, poniendo fin a sus correrías por la región.
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    Ante tantos agravios, el expresidente Rivas se sublevó contra Walker (26 de junio), declarándolo enemigo de Nicaragua. Después de conseguir el respaldo de la mayoría de los integrantes de los partidos tradicionales (12 de septiembre), llamó en su ayuda a los gobiernos centroamericanos, que respondieron enviando contingentes militares a Nicaragua para enfrentar a los invasores. En ese momento el sentimiento antinorteamericano se había esparcido por toda el área ante las irritantes actividades de Walker, al grado que en Panamá se produciría al año siguiente el incidente de la “Tajada de Sandía” (15 de abril de 1857): una reyerta entre panameños y estadounidenses partidarios de Walker que dejó un saldo de decenas de muertos y heridos en ambos bandos.
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    Debido a las depredaciones de Walker y sus compinches, los países centroamericanos, que sentían seriamente amenazadas sus soberanías, se unieron contra los invasores extranjeros. Estas naciones estaban encabezadas por el presidente costarricense Juan Rafael Mora y contaban con recursos materiales que les proporcionaba el gobierno de Perú, dirigido entonces por el mariscal Ramón Castilla. Así comenzó la llamada “guerra nacional” de los países centroamericanos contra Walker.
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    A pesar de su enorme extensión y creciente industria, Estados Unidos no pudo competir en las primeras décadas del siglo xix con los eficientes comerciantes ingleses, por lo que debió limitar sus intenciones hegemónicas en este continente a una ambiciosa declaración programática contentiva de sus aspiraciones (doctrina Monroe, 1823), a los intentos de apoderarse de Cuba y a las acciones de fuerza contra débiles repúblicas latinoamericanas: como le sucedió a México entre 1836 y 1848, que acabamos de ver, o cuando extendieron sus tentáculos hacia Nicaragua y otros países centroamericanos (William Walker, 1855-1860) y a Nueva Granada (tratado Mallarino-Bidlack de 1848).
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