Chump Change

Rocco había pasado toda su vida allí, cerca del olor de su amo y de los objetos que le eran familiares: la alfombra del estudio del viejo, donde dormitaba mientras mi padre aporreaba la máquina de escribir hora tras hora, o el océano, cuyo sonido y sabor salado le traerían recuerdos de épocas más felices.

La honestidad era tan dolorosa como el recuerdo que guardaba de ella.

—¿Ha oído hablar de Dante? ¿Jonathan Dante?
Al tipo se le dibujó una sonrisa en la cara. Su cerebro orgulloso debía de tener catalogado cada título de la tienda.

—He notado que algunos aprendemos las lecciones de mierda que se nos presentan en la vida a través de la experiencia, de la repetición.

Ya nunca alcanzaría el reconocimiento. Lo bello y puro de sus palabras y fantasías se había marchitado escondido en su interior. Sus ataques a Dios y a la vida habían tocado su fin. Él había sido un artista de verdad, un ser humano original, y ahora nunca se sabría.

El corazón se me encogió como si lo hubiera cubierto una manta empapada y fría. Siempre lo había amado, pero nunca lo había sabido. El dolor me invadió en toda su dimensión y me cortó el aliento. Tuve que tragarme mis sollozos.

Llevaba tres años en la empresa, y ofrecía una enorme sonrisa y un sincero desprecio hacia todo lo que le rodeaba.

Mientras iba leyendo las palabras fui dejando volar mi imaginación y así poder aspirar de nuevo su perfume y volver a ver esos pezones gordos tensar su blusa transparente.

Tengo un par de calcetines que me hacen más feliz que tú.

Y pasar el rato en esa droguería a la que llamas mente.
No importa lo que uno piensa, sino lo que hace.