Hubo tres revoluciones de entidad en estos últimos 200 años que han influido grandemente en nuestra identidad: la revolución industrial, la revolución sexual y la revolución tecnológica[11]. La revolución industrial refiere a aquella frenética búsqueda de la felicidad mediante la adquisición de cosas tal como surgían de la cadena de producción. El consumo y la adquisición se convirtieron en el patrón de lo que tenía valor. La infraestructura que la industria requería arrebató al padre del hogar familiar. Después de que los beneficios y los negocios sustituyeran al matrimonio y a la familia, le llegó la hora al placer. La misma búsqueda frenética impulsó la revolución sexual, que no era de cosas, sino de placer. Tales esfuerzos no traen la felicidad, simplemente van ahondando una herida en nuestro corazón, y el malestar residual que se crea necesita una válvula de escape que a su vez empuja a una búsqueda aún más frenética. El sexo como placer se convirtió en una industria lucrativa.