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Mario Vargas Llosa

La Fiesta del Chivo

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  • Juan Roldán Lozanocompartió una citahace 5 meses
    que no nacieron bajo nuestro sol ni sufrieron bajo nuestra luna». («Bonito», pensó)
  • Juan Roldán Lozanocompartió una citahace 5 meses
    Cierra los ojos, presa de un ligero vahído. En New York, ya ni los latinos, dominicanos, colombianos, guatemaltecos, miran así. Han aprendido a reprimirse, entendido que no deben mirar a las mujeres como miran los perros a las perras, los caballos a las yeguas, los puercos a las puercas.
  • Juan Roldán Lozanocompartió una citahace 5 meses
    atento, no a la cálida brisa, los rumores del mar, la acrobacia de las gaviotas ni a las radiantes estrellas del Caribe
  • Rafael Ramoscompartió una citahace 6 meses
    En su habitación, comienza a hacer su maleta, pero, al poco rato, va a sentarse junto a la ventana, a ver las estrellas lucientes y la espuma de las olas. Sabe que no pegará los ojos y que, por tanto, tiene todo el tiempo del mundo para terminar con la maleta.
  • Rafael Ramoscompartió una citahace 6 meses
    Antes de entrar al hotel, Urania espera que el viejo automóvil de su prima se pierda en el malecón George Washington, con el fondo de una fila de olas ruidosas y blanquísimas. Entra en el Jaragua, Y, a mano izquierda, el casino y la boite contigua son un ascua: ritmos, voces, música, las máquinas tragaperras y exclamaciones de los jugadores en la ruleta.
  • Rafael Ramoscompartió una citahace 6 meses
    Sister Mary encontró soluciones para todo y fue un dechado de discreción. Desde los primeros auxilios, en la enfermería del colegio, para cortarle la hemorragia y aliviarle el dolor, hasta, en menos de tres días, movilizar a la superiora de las Dominican Nuns y convencerla de que, festinando trámites, concediera a Urania Cabral, alumna ejemplar cuya vida corría peligro, aquella beca para seguir estudios en la Siena Heights University, en Adrian, Michigan.
  • Rafael Ramoscompartió una citahace 6 meses
    Por la ventanita del jardín, refulgen las estrellas en la apacible noche dominicana. ¿Eran otros tiempos? Oleadas de brisa caliente entran al comedor de rato en rato y agitan las cortinillas y las flores de un macetero, entre estatuitas de santos y fotos de familia. «Eran y no eran», piensa Urania. «Todavía flota algo de esos tiempos por aquí.»
  • Rafael Ramoscompartió una citahace 6 meses
    Estudiaste en la mejor universidad, has tenido éxito en tu carrera. Tienes un hombre que te hace feliz y no te estorba tu trabajo…
    Urania la palmea en el brazo y niega con la cabeza. El loro calla y escucha.
    —Te mentí, no tengo ningún amante, prima —sonríe a medias, la voz aún quebrada—. No lo he tenido nunca, ni lo tendré. ¿Quieres saberlo todo, Lucindita? Más nunca un hombre me volvió a poner la mano, desde aquella vez. Mi único hombre fue Trujillo. Como lo oyes. Cada vez que alguno se acerca, y me mira como mujer, siento asco. Horror. Ganas de que se muera, de matarlo. Es difícil de explicar. He estudiado, trabajo, me gano bien la vida, verdad. Pero, estoy vacía y llena de miedo, todavía. Como esos viejos de New York que se pasan el día en los parques, mirando la nada. Trabajar, trabajar, trabajar hasta caer rendida. No es para que me envidien, te aseguro. Yo las envidio a ustedes, mas bien. Sí, sí, ya sé, tienen problemas, apuros, decepciones. Pero, también, una familia, una pareja, hijos, parientes, un país. Esas cosas llenan la vida. A mí, papá y Su Excelencia me volvieron un desierto.
  • Rafael Ramoscompartió una citahace 6 meses
    La miraba con sorpresa y odio, como a una aparición maligna. Rojos, ígneos, fijos, sus ojos la helaban. No atinaba a moverse. La mirada de Trujillo la recorrió, bajó hasta sus muslos, saltó a la colcha con manchitas de sangre, y volvió a fulminarla. Ahogado de asco, le ordenó:
    —Anda, lávate, ¿ves cómo has puesto la cama? ¡Vete de aquí!
    —Un milagro, que me dejara salir —reflexiona Urania—. Después de haberlo visto desesperado, llorando, quejándose, apiadándose de sí mismo. Un milagro de la patrona, tía.
  • Rafael Ramoscompartió una citahace 6 meses
    —Basta de jugar a la muertita, belleza —lo oyó ordenar, transformado—. De rodillas. Entre mis piernas. Así. Lo coges con tus manitas y a la boca. Y lo chupas, como te chupé el coñito. Hasta que despierte. Ay de ti si no se despierta, belleza.
    —Traté, traté. Pese al terror, al asco. Hice todo. Me puse en cuclillas, me lo metí a la boca, lo besé, lo chupé hasta las arcadas. Blando, blando. Yo le rogaba a Dios que se parara.
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