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Anónimo

Cantar del Mío Cid

Se abre el cantar con el destierro del Cid por el rey Alfonso VI, tras dar éste crédito a las maledicencias envidiosas vertidas sobre el caballero por un noble, quien le acusa de haberse apropiado de ciertos tributos de un reyezuelo musulmán de Sevilla.Empobrecido y desposeído, el Cid recibe la ayuda de Martín Antolinez; a continuación, sale de Castilla y comienza una vida de continuas luchas: primero contra el gobernador musulmán de Zaragoza y otros moros y, después, también contra nobles cristianos, como el conde de Barcelona (Ramón Berenguer).
Por último conquista Valencia, adonde conduce a su familia. El rey de Marruecos lo ataca, pero el Cid lo vence y requisa su espada, Tizón.
En este periplo, el Cid va favoreciendo al rey con la entrega de los botines de guerra, razón por la cual éste decide llamarlo de nuevo a su vasallaje.
Las hijas del Cid, hombre rico y poderoso, son ambicionadas por los infantes de Carrión, quienes consiguen casarse con ellas. Pero los infantes son finos nobles educados en la Corte, y su cobarde actuación en las batallas y vicisitudes por las que pasan junto a Rodrigo es el hazmerreír de la tropa del Cid. Ofendidos, los infantes deciden desquitarse con gran vileza humillando a sus esposas, a las que llevan al robledo de Corpes, donde las desnudan, las atan a un árbol, las azotan y las abandonan.
Al tener noticia, el Cid pide justicia ante el rey reclamando las espadas de Tizón y Colada que les había dado a los infantes, a los que reta para que se enfrenten a dos de sus caballeros. Los infantes son derrotados y declarados traidores, y las hijas de Cid se comprometen con los infantes de Navarra y Aragón. La doble boda cierra el poema.
107 páginas impresas
Propietario de los derechos de autor
Bookwire
Publicación original
2010
Año de publicación
2010
Editorial
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Citas

    b1442666483compartió una citahace 6 años
    El Cid convoca a sus vasallos; Éstos se destierran con él.
    -Adiós del Cid a Vivar
    Por sus ojos mío Cid va tristemente llorando ; volvía atrás la cabeza y se quedaba mirándolos.
    Miró las puertas abiertas, los postigos sin candados, las alcándaras vacías, sin pellizones ni mantos, sin los halcones de caza ni los azores mudados.
    Suspiró entonces mío Cid, de pesadumbre cargado, y comenzó a hablar así, justamente mesurado:
    «¡Loado seas, Señor, Padre que estás en lo alto!
    Todo esto me han urdido mis enemigos malvados.»
    Mauricio Coronelcompartió una citahace 2 años
    Se trata de un tomo de 74 hojas de pergamino grueso, le faltan tres, una al inicio y dos entre las hojas 47, 48 y 69, 70
    Mauricio Coronelcompartió una citahace 2 años
    Existe un solo ejemplar del texto original que se conserva en la Biblioteca Nacional en Madrid

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