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Vaclav Smil

2050. Por qué un mundo sin emisiones es casi imposible

El mayor experto mundial en el campo de la energía explica por qué no alcanzaremos el objetivo global de cero emisiones en 2050.
A pesar de los acuerdos internacionales, la regulación, la inversión pública y privada, el progreso técnico y los cambios de comportamiento, el consumo mundial de combustibles fósiles aumentó un 55 % entre 1997 y 2023.
En el mismo periodo, la proporción de combustibles fósiles en el consumo energético global ha pasado del 86 % al 82 %.
La cruda realidad es que la transición en curso será muy larga y complicada. Opera a una escala sin precedentes, exige tecnología que aún no ha sido inventada y cantidades ingentes de recursos naturales y plantea imponentes desafíos ambientales, sociales, económicos y geopolíticos. Debemos escoger: invertir un 20 % del PIB mundial en la transición; decrecer voluntariamente (o colapsar involuntariamente); o renunciar al objetivo climático de 1,5 ºC y fiar así el mundo al destino, devolviéndole a los dioses lo que la modernidad quiso quitarles.
He aquí el trilema en torno al cual gira este breve y fascinante ensayo, escrito por uno de los científicos e intelectuales más originales e influyentes de nuestro tiempo.
«Smil es el mejor antídoto que existe contra la estupidez». David Keith, Universidad de Harvard
«Una guía imprescindible para comprender el mundo». Jean-Baptiste Fressoz
«El mayor experto mundial en cuestión de energía». Science
«Cualquier libro de Vaclav Smil es soplo de aire fresco y una joya en la librería». David G. Victor, profesor de Política y Estrategia Global en la Universidad de California
«Smil es una de las mentes más lúcidas que conozco y este ensayo es impresionante». Adrián Godás, fundador de Godás Research
«Vaclav Smil es mi autor favorito». Bill Gates
86 páginas impresas
Propietario de los derechos de autor
Bookwire
Publicación original
2024
Año de publicación
2024
Editorial
Arpa
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Opiniones

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Citas

  • Carlos Vasquezcompartió una citael mes pasado
    Ninguna ley natural nos impide realizar las enormes inversiones necesarias para sostener esa gigantesca transformación año a año: tenemos la opción de llevar a cabo una enorme movilización de esfuerzos constructivos y transformadores sin precedentes en el pasado, que duraría décadas y abarcaría toda la civilización. Pero también podemos reducir deliberadamente nuestro consumo de energía bajando nuestro nivel de vida y manteniéndolo en cotas bajas para así facilitar la reducción de todo el carbono de origen fósil.
  • Carlos Vasquezcompartió una citael mes pasado
    Pero, además, no alcanzar en 2050 el objetivo poco pragmático de una completa descarbonización no significa no conseguir la limitación del calentamiento global medio a 1,5ºC. El aumento de las temperaturas no solo dependerá de nuestros esfuerzos por conseguir un suministro mundial de energía que sea limpio, sino también de los éxitos que obtengamos a la hora de limitar el CO2 y otros gases de efecto invernadero generados por la agricultura, la ganadería, la deforestación, los cambios en los usos del suelo y la eliminación de residuos. Al fin y al cabo, la suma de todos ellos supone al menos una cuarta parte de las emisiones antropogénicas del planeta. Y sin embargo, hasta ahora nos hemos centrado casi exclusivamente en el CO2 procedente de la quema de combustibles fósiles. Pero ese es un tema para otro análisis.
  • Carlos Vasquezcompartió una citael mes pasado
    Dinamarca, donde la mitad de su electricidad procede de fuentes eólicas, es señalada a menudo como un ejemplo de éxito en el proceso de descarbonización: desde 1995 ha reducido sus emisiones relacionadas con la energía en un 56 % (frente a la media de la Unión Europea, de alrededor del 22 %). Pero, a diferencia de sus vecinos, el país no produce ningún metal importante (aluminio, cobre, hierro o acero), no fabrica vidrio flotado ni papel, no sintetiza amoniaco y ni siquiera ensambla automóviles. Todos estos productos consumen una gran cantidad de energía, de manera que mover a otros países las emisiones asociadas a su fabricación crea una inmerecida reputación ecológica para el país que hace la transferencia.

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