e aparté para levantarme y me quité el resto de la ropa. Ella se fijó en mi erección y yo no podía apartar la vista de la blusa que tenía sobre el pecho desnudo.
Volví a cernirme sobre ella, la tumbé en la cama y no dejé de besarla mientras colocaba el pene en la entrada. Entré, solo un poco, y salí, llevándome su humedad conmigo. Me rocé contra el clítoris. El gemido que profirió me vibró en los labios y volví a entrar, solo la mitad, y salí para restregar la punta por la protuberancia dura una vez más.
―¿Madoc? ―se quejó―. No soy un piano. Deja de tocarme.
Sonreí y volví a entrar, ocupando cada centímetro de ella lentamente.
―¿Peso mucho? ―pregunté al colocar todo el cuerpo sobre ella.
Cuando practicaba sexo, no solía preferir el misionero. Había otras posturas mejores y que te ofrecían una mejor vista del cuerpo femenino, pero esta vez era distinto. Quería sentirla en todas partes.
Sacudió la cabeza bajo mi beso.
―No, me encanta. ―Me acarició la espalda y apretó más las caderas contra mí―. Justo ahí ―pidió―. Así.
«Madre mía».
Apoyé la frente en la suya e inspiré el aliento que ella liberaba. El pecho, las partes que asomaban bajo la blusa, estaba mojado y sudoroso, y la fricción de la piel caliente me estaba volviendo loco. Tenía la polla resbaladiza y entraba y salía rápido con sus manos ansiosas aferrándome con fuerza.
Joder, estaba muy excitada, y eso me excitaba a mí. No iba a durar mucho. La agarré por los muslos y di la vuelta de forma que quedara ella arriba. Tenía la blusa bajada por un hombro y uno de los pechos al descubierto. Por mucho que quisiera tocarla, me limité a mirarla mientras se movía. Aferrado tan solo a sus caderas, mantuve los ojos pegados a ella haciéndome el amor, con la comisura de los labios metida entre los dientes y la piel expuesta perlada de sudor.
―¡Dios mío! ―gritó, cabalgándome más rápido.
Gruñí y cerré los ojos.
―Venga, nena.
Sentí un hormigueo por todo el cuerpo, no me podía aguantar más. Estaba muy excitado y ella estaba muy caliente.
―Madoc ―me susurró al oído y sentí una descarga en el pecho. Me arqueé en la cama, empujando con toda la fuerza que pude―. Ahhh.
Y se volvió loca, resollando y gimiendo, y yo también me dejé llevar y lo eché todo dentro de ella, empujando más y más.
«Dios mío». Seguía con el ceño fruncido y los ojos cerrados. Ahora mismo tenía el cuerpo de todo menos relajado.
Nunca antes me había corrido dentro de una mujer sin preservativo.
Excepto con Fallon. Hace años. No me extrañaba que hubiera tenido consecuencias. Algo tan increíble siempre tenía un precio.
Fallon se derrumbó sobre mi pecho y, durante un instante, nos quedamos en silencio, intentando calmarnos.
Pero entonces me susurró en el cuello.
―Fallon Caruthers entonces.
La coloqué bocarriba en la cama, listo para la ronda dos.
Nos quedamos acurrucados en la habitación del hotel las siguientes veinticuatro horas y al fin nos separamos el uno del trasero del otro ―sin dobles sentidos― para mantener una conversación.
―Tengo algo d