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Cuentan. Relatos de escritoras colombianas contemporáneas

Selección y prólogo, Luz Mary Giraldo. Premio Monserrat Ordóñez 2012, otorgado por LASA, Asociación de Estudios Latinoamericanos, Sección Colombia. Cuentan, la antología de cuentos de mujeres escritoras contemporáneas, tiene dos aciertos que convierten su lectura en un placer y en una iluminación. El primero es mostrarnos los últimos trabajos de escritoras contemporáneas ya consagradas, sus variantes, sus descubrimientos, los caminos sorprendentes que ha tomado su escritura. El segundo es la inclusión de un grupo de escritoras novísimas y sus textos desafiantes, lúcidos, temáticamente diferentes en los que utilizan el lenguaje de manera suelta, dúctil, poderosa y muy eficaz. Es un placer y una iluminación esta nueva contribución de Luz Mary Giraldo a la cultura literaria colombiana que, junto con Ellas cuentan, su otra antología sobre el tema, construyen el colorido mosaico del cuento escrito por mujeres colombianas desde la Colonia hasta nuestros días.
227 páginas impresas
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Citas

  • Valentinacompartió una citahace 5 años
    Me pregunté si podía decirse que entre Albert y yo había pasado algo, o si debía decirse que algo había estado a punto de pasar. Luego me pregunté si era preciso decir que una desilusión era algo que pasaba, un acontecimiento.
  • Valentinacompartió una citahace 5 años
    to español exagerado, por si eso le gustaba. Luego lo llamé “Alberto”, por si eso sí le gustaba. De resto, no hice más que recordar a mi familia de indolentes: cuáles eran nuestros puestos en la mesa del almuerzo el día en que nos contaron que un negro se había ahorcado. Hasta que no fui capaz de seguir haciendo ningún esfuerzo por ayudar a que Albert pasara la tarde, y dejé que a Albert le fuera de cualquier manera dentro de mí, fuera de mí, dentro de mí, fuera de mí.
  • Valentinacompartió una citahace 5 años
    Lo llamé “Al” cariñosamente antes de caer de espaldas en su sofá, y antes de que él me aplastara con su barriga enorme, con su barriga de embarazado. En el techo del cuarto había una grieta que sobresalía a los lados de la cabeza de Al, que había quedado sobre mi cabeza. La grieta me hacía pensar en una rama renegrida sobre la que giraba ensartada la cara acalorada de Al, asándose sobre una hoguera de caníbales. Mientras Albert se me metía y se me salía, lo llamé “Álber” varias veces, con voz arrobada y acen

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