Diario De Una Sumisa

Podía esperar. Soy una mujer bastante paciente. Vale, ¿a quién quiero engañar? No lo soy.

¿Cómo era aquello? Que entiendas algo no significa que lo comprendas.

mientras él le hacía lo que quería: acariciarle el cuerpo, besarla brutalmente, insultarla. Ella, muy a su pesar, se excitaba y el hombre conseguía que se corriera sin que la mujer pudiera hacer nada salvo recostar la cabeza en el árbol y gemir de placer.

Me besó y nos arropó a los dos con la manta. Creo que fue en ese momento cuando empecé a enamorarme de él.

Lloré hasta desgarrarme la garganta, hasta que los sollozos remitieron en sorbetones y algún que otro hipo. Lloré hasta sentir que no podía llorar más. Eran lágrimas catárticas, lágrimas de liberación de una tensión que ni siquiera había sabido que llevaba conmigo.

era más delo que podía soportar.

¿Estaba progresando en sabiduría o en estupidez?

Al diablo con lo de no degradarme o ser tratada como un animal. De repente me sentía como uno de sus gatos.

—Buena chica. Bien, ahora desnúdate para mí. No mecánicamente, sino con sensualidad. Muéstrame tu cuerpo. Muéstrame mi posesión.

—Durante las próximas veinticuatro horas serás mía. Solo mía. Todo lo que hagas lo harás para mí. Tus deseos, tus necesidades e incluso tu dignidad no tendrán ningún valor. Harás todo lo que te pida y lo harás lo mejor posible, de la manera que sabes que me proporcionará más placer. ¿Está claro?