Tan sucio, Garrett. Les encanta. Deberías ver cómo te miran.
—Chúpamela. Ahora —ordeno, con las manos temblando contra las sujeciones—. Móntame la polla o algo así, gatita. Te juro que voy a perder la cabeza.
Se ríe, burlándose de mí, y yo forcejeo un poco más. Cuando sus dedos se clavan en mis nalgas, quiero gritar.
—Me gusta ver cómo te retuerces —responde cruelmente.
—Oh, Gatita. Vas a pagar por esto. Te voy a follar muy fuerte cuando salga de estas.
Rápidamente me doy cuenta de que cuanto más lucho, más me pincha el tapón y se burla de mi próstata, haciendo que mi polla me duela y gotee en la punta.
—Lo estoy deseando. —Tararea.
—Por favor, nena. Envuelve esos bonitos labios a mi alrededor. Te lo ruego.
—Dime que lo sientes —susurra contra mi espalda.
—Lo siento, Mia. Lo juro por Dios, lo siento mucho. Sabes que lo siento. —He recurrido a la sumisión, y no me avergüenzo de ello.
—Y me hablarás a partir de ahora en lugar de esconderte detrás de un estúpido perfil falso...
—Sí, por supuesto. Lo prometo.
—¿Y dejarás que te haga esto de nuevo?
Incluso a través de mi dolor, no puedo resistirme a sonreír mientras respondo:
—Perra sádica.
—¿Es eso un sí?
—Joder, sí.