La moda justa

Lo sostenible debería ser cuantificable, no una cualidad abstracta. No hay una legislación global exhaustiva que obligue a declarar el dónde y cómo de cada proceso.

El reto es un cambio de percepción: de vivir la compra como un momento inocuo de escapismo a verla como un momento de compromiso.

Seleccionar en lugar de acumular, desacelerar en vez de incrementar, ignorar la presión que lleva a una desafección donde nada sacia ni alegra. Más que vivirlo como una renuncia, podemos verlo como una liberación. Sentirse satisfecho con la propia vida no es bueno para el negocio.

Todo el mundo huye de los ecoapóstoles. Prefiero una militancia culta y esteta que proponga alternativas a través de la belleza, la honestidad, la ejemplaridad. Menos hippismos y más refinamiento.

Comprar mal es conformarse, es decir: no conozco más, no merezco más.

La pérdida progresiva de ciertos oficios y sus conocimientos provoca que muchos objetos queden huérfanos. Se pierden cómos y porqués. Con la desaparición de la excelencia, guardiana de símbolos y secretos, se esfuma parte de nuestra cultura.

Celia Pym, una artista textil británica que con su ropa zurcida de un modo aparentemente tosco habla de la relación entre tejido, cuerpo y memoria. Un agujero aparece donde desgastamos, donde está nuestra postura. Los cuerpos dejan huellas en las prendas.

La única prenda realmente ecológica es la que no se fabrica.

Ante cada tentación es útil preguntarse si nuestra decisión nos acerca al bien común o solo a nuestro placer. Militamos cada día con nuestra cartera.

La sostenibilidad no es una tontería de cuatro inconformistas ni una moda pasajera. Existe desde hace siglos con otros nombres: responsabilidad, moderación, cuidado. Es un pacto entre la calidad y el respeto.