Breve manual del perfecto aventurero

Ocurre a veces, aunque muy pocas, que un aventurero activo explotado por un aventurero pasivo vuelve de una larga aventura y muele a palos a su inspirador.
Es un caso desagradable, pero, repetimos, se da muy pocas veces. El aventurero activo es incapaz de juzgar su caso con tanta severidad.

Pero no nos pongamos tristes hablando de remordimientos ahora que concluimos este manual. Un hombre, sea quien sea, que haya seguido siempre el impulso de sus instintos no puede tener remordimientos.
El caníbal no puede albergar dudas sobre el régimen alimentario que ha seguido toda su vida.
Por esta razón, el fin del aventurero pasivo debería estar exento de esos tormentos íntimos.
Pero todo esto corresponde a la vida privada, no a la literatura.

Al igual que los aventureros activos, los pasivos no suelen morir de viejos.
No oirán el tintineo de las cadenas que el viento de alta mar agita, ni olerán el supremo aroma a yodo que despide la corbata de cáñamo; no verán iluminada por el sol la rueda donde han de descoyuntarles los miembros; las miras de los fusiles que apuntan al pecho no atestiguarán la dignidad de su actitud postrera: los aventureros pasivos mueren, como tanta gente, en su cama, en la vía pública o en el hospital.

Una horca plantada en terreno propicio permite que nazca una mandrágora, fuente eterna de riquezas temporales. A su alrededor se prosternan los románticos, que saben reconocer los servicios prestados. El cielo se hace cómplice de la ceremonia y los iniciados levantan hacia él los brazos esperando los ridículos efectos de la magia negra.

Una vez más nos vemos obligados a volver la vista atrás para constatar, apesadumbrados, que el hombre no ha cambiado mucho. Sucesos recientes demuestran que la reacción de la muchedumbre ante los espectáculos violentos y crueles es más o menos la misma que tenía la gente del siglo xvii.

También ocurre con frecuencia que el joven aventurero, así trabajado por su doble cerebral, ya no vuelve.
Pero ésa es otra historia o, mejor dicho, ésa es la coronación de la carrera del aventurero pasivo.

Un buen día, el aventurero activo, saturado de descripciones tan originales como falsas, se lanza a lo desconocido y desaparece durante un tiempo más o menos largo.

La tierra es una vieja prostituta: se vende en todas partes.
En cuanto a los misterios de la máquina, para dejarse descifrar seguirán exigiendo numerosos chivos expiatorios, víctimas del motor y de los pequeños defectos de fábrica.

La máquina ha reemplazado, en la imaginación de los jóvenes, a la luminosa atracción de las tierras vírgenes.

Éste es el gran momento, la apoteosis de la existencia de un aventurero pasivo: inspirar a un aventurero activo para que haga todas las tonterías que su mentor le proponga.