humillaba, no el pensamiento de ser un anormal; no el hecho de sentir por ese hombre un deseo y una pasión que yo no alcanzaba a sentenciar, a calificar de culpable; sino el hecho de que sin duda mi sentimiento era tan singular, me hacía tan único, tan extraño en el mundo, que si mi héroe lo conociera, lo probable es que me despreciara por ello, me humillara, me golpeara en vez de besarme.