Con el miedo no hay manera. No es redondo ni triangular ni cuadrado. Tampoco es sólido, líquido o gaseoso. Es una porquería pegajosa y llena de babas que se desliza por cada orificio del cuerpo hasta tomar control total de una, y para colmo, el muy cínico, se carcajea cuando se quiere discutir con él como gente civilizada: “Aquí mando yo”, solía responderme cada vez que intentaba iniciar el diálogo.
El miedo es un cabrón.