A él le brillaron los ojos con algo parecido a la diversión.
—¿Que cómo me atrevo a insinuar que has causado todo este lío?
—¿Yo? ¡No es culpa mía! ¡Es tuya!
—¿Mía?
—¡Tuya y de tu genio, Jalid!
—¡No, tuya y de tu boca, Shezi!
—¡No, miserable patán!
—¿Lo ves? ¡Mira qué boca! —Le pasó el pulgar por los labios—. Qué boca… más maravillosa.