Olivia Ford

Mientras que los cuerpos envejecen, las almas no.

Todo aquello que solía esperar con tantas ganas entraba en conflicto con el peso que sentía en el corazón. Esperaba que la sonrisa que ahora era forzada volviera a surgir algún día de forma natural.

Es extraño, pensó, cómo las recetas sobreviven a las personas que las han escrito y, sin embargo, es casi como si las devolvieran parcialmente a la vida, como si una diminuta parte de su alma residiera en esas instrucciones.

se preguntó por qué la sociedad sentía la constante necesidad de arreglar cosas que no estaban rotas.

—Nunca agradeceré bastante el privilegio de envejecer juntos —dijo él, y le plantó un beso en la coronilla.

la huella dejada por alguien que ya no estaba en este mundo.

A sus setenta y siete años, nada más y nada menos, debería contentarse con lo que tenía y, sin embargo, no podía evitar preguntarse qué había conseguido realmente en todo ese tiempo.

¿Era una señal o se trataba tan solo de una dolorosa coincidencia?

—No te resbales —le dijo a Bernard sujetándolo un poco más fuerte, y sintió el calor de su propia mano rodeada por la de él, unas manos que sufrían a la par la deformidad en los nudillos y las manchas en la piel y que, sin embargo, seguían encajando a la perfección.

estar en su compañía producía el mismo efecto que caminar bajo el sol.