Blanca Gago

Llevaban casados cuarenta y siete años. Nadie podía decir cuán profundas se hundían las tercas y retorcidas raíces de la disputa. Solo ahora, cuando las necesidades de los demás ya no los mantenían encadenados el uno al otro, las raíces se volvían visibles, para quebrar la tierra entre ellos y, en su desgarro, sacudir a los hijos, crecidos hace tiempo.

«Con el vinagre que me ha ido derramando encima toda su vida, bien marinada estoy. ¿Cómo puedo ser ahora miel?»

comprendí por primera vez la fuerza de las palabras, comprendí que quien habla o escribe bien difícilmente estará solo.

camionero puede ver más cosas en la vida que un tipo que no sale de la oficina, y tiene cosas que decir, aunque nunca haya estudiado.

ser padre puede ser un curro, y no solo un «trabajo» para gente con traje y zapatos relucientes—.

Señorita, yo sería el bastón de su vejez

Hoy día solo quedan estos, los indiferentes, y algunos apasionados cuyo fervor linda con la histeria. Una humanidad disminuida.

no sería el fruto de su alma, sino del sexo —a menos que ambas cosas sean lo mismo—

un animal que se ha vuelto sordo y ciego de pánico y abandono.

La reencarnación es una realidad, si no espiritual, al menos física: nuestra vida es simplemente una continuación de sucesivas encarnaciones, y la que se presentó con la irrupción de ese perro en mi campo de visión, el lunes pasado en la autopista, me reserva sin duda mi parte de maravillas y dolores, como las que la han precedido.