El costoso atavío se lo había comprado Abba, pagando con el salario que recibía por su ayuda en las extrañas tareas que se emprendían en Brekka: ir a recoger hierbas y preparar con ellas unos libritos sobre flora islandesa, «con cincuenta y siete especímenes, secos y auténticos», como de ellos se escribía en un artículo sobre Islandia en la Illustrierte Zeitung; los jóvenes románticos regalaban estos libros a sus prometidas, así que las últimas páginas se dejaban en blanco para que en ellas pudieran escribirles delicados poemas