Aunque yo hablo con Dios, no lo hago mediante oraciones. Le hablo en mi imaginación, e incluso admito que no me acerco a Él con humildad, como debería. Converso con toda franqueza, igual que lo haría con un amigo, y le pido favores todo el rato. Aun así, siento que Dios y yo nos llevamos bastante bien, dentro de lo que cabe.