La sensación era común. Las mujeres que jugábamos, mirábamos y amábamos el fútbol estábamos solas. Apagadas por las burlas y el desprecio, algunas; encendidas y sacando pecho frente a esas mismas burlas, las otras, el fútbol era el centro de nuestras vidas pero nosotras, para el fútbol, no éramos nadie.