Alice Clayton

  • Pry Herreracompartió una citael año pasado
    Tenía un pelo muy negro que se alzaba de punta, probablemente porque Risitas debía tener las manos enterradas en él mientras se la tiraba. Sus ojos eran de un azul penetrante y tenía los pómulos tan fuertes como la mandíbula.

    A su puta madre, ya caí vergas

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    El frenesí que invadía la habitación se parecía a lo que sentías cuando te pillaban cubriendo de papel higiénico la casa de alguien o riéndote al fondo de la iglesia. No podías parar, y no podías no parar.
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    Mimi se pellizcó subrepticiamente las mejillas al estilo de Escarlata O’Hara, y vi que Sophia se colocaba las tetas en su sitio con disimulo. Aquellos pobres tíos no tenían escapatoria.
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    Lo primero que vi fue azul. Jersey azul, ojos azules. Azul. Precioso azul. A continuación reconocí al propietario de tanto azul y lo vi todo rojo.

    —Seductor de las narices —siseé, paralizada.

    Su sonrisa se esfumó también mientras fingía rumiar de qué me conocía.

    —Picardías Rosa de las narices —concluyó finalmente, e hizo una mueca.

    Nos miramos fijamente, a punto de estallar mientras el aire se volvía eléctrico entre nosotros, restallando y crepitando.

    Ame, chama

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    Quise amedrentarle con los ojos, obligarle a implorar clemencia. Pero no hubo manera… Él era Simon, director de la central internacional de orgasmos.

    Director de la Central Internacional de Orgasmos (DCIO)

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    Mimi bailó en círculo a nuestro alrededor como una cría con un secreto.

    —Jillian, no vas a creértelo, pero… —empezó, y su voz rebosaba regocijo mal disimulado.
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    —¡Este Simon es el Simon del apartamento contiguo! ¡Simon el Seductor! —gritó Sophia, agarrando a Benjamin por el brazo. Estoy segura de que solo lo hizo para poder tocarle.
  • Pry Herreracompartió una citael año pasado
    —¿Por qué tienes que ser tan putón y tan gilipollas? —pregunté, con la cara a escasos centímetros de la suya.

    —¿Por qué tienes que ser tan aguafiestas y tan remilgada? —preguntó él, y cuando abrí la boca para decirle exactamente lo que pensaba, el muy cabrón me besó.

    Espera que no me entero muy bien...

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    Mimi con un suspiro, contemplando a Neil.

    Este le guiñó el ojo, y vi enseguida adónde iría a parar aquello. Ella tenía a su gigante, Sophia tenía a su empollón buenorro, y yo tenía mi vino. El cual estaba desapareciendo a una velocidad de vértigo.

    Viva le vino. ¿Qué te pasa?

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    —Deberíais haber oído a Caroline cuando nos contó lo de la noche en que aporreó su puerta.

    Sophia y Mimi se juntaron y dijeron sin aliento:

    —Simon… seguía… ¡empalmado!

    Todos se partieron de risa. Tenía que acordarme de matar a aquellas chicas al día siguiente, y de forma dolorosa.

    Yo si las mataría... Literalmente.

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