Thiel tiene razón cuando dice que los aviones en sí no vuelan mucho más rápido que hace cuarenta años, y es cierto que el progreso, según ese dato, se ha estancado. Pero casi todos los demás datos importantes (dejando de lado los placeres de la seguridad aeroportuaria) apuntan en dirección contraria. Además, ese historial de progreso extraordinario no se ha debido a ningún descubrimiento crucial ni a ningún gran inventor visionario; no se ha producido en forma de un “gran salto adelante”. Por el contrario, ha sido el resultado de varias décadas de decisiones pequeñas, tomadas por miles de individuos y empresas, algunas públicas y otras privadas, cada una de ellas haciendo algún pequeño ajuste táctico: buscar rutas nuevas, experimentar con la estructura de tarifas o arrojar pollos muertos contra las hélices. Cada uno de esos ajustes se ha ido sumando a los anteriores, y con el tiempo la mejora ha sido de varios órdenes de magnitud. Pero, como ha sido una suma progresiva, resulta prácticamente invisible, y nadie canta sus loas.